El uniforme del orgullo

Hace un par de días reflexioné nuevamente sobre el orgullo y la imagen que vino a la mente fue la de un uniforme repleto de medallas. Esos uniformes de militares o policías que van llenos de medallitas y que utilizan en las celebraciones o en los desfiles para que todo el mundo las vea. Otra imagen parecida es la de las vitrinas llenas de trofeos por competiciones ganadas ya sea la de una carrera en el colegio o una medalla olímpica. El tema no es lo que se enseña sino cómo se enseña.

Cada vez que nos sentimos superimportantes nos ponemos una medalla y nos la ponemos en el pecho sin tener en cuenta que al atravesar la ropa podemos hacernos daño. Después la exhibimos a todo el mundo para sentirnos por encima de ellos. NO todo el mundo que gana una medalla o un trofeo por algo lo exhibe, porque no necesita sentirse superior a los otros. 
Como todo está en equilibrio las medallas que exhibimos para sentirnos superiores son compensaciones de aquellas partes de nosotros en las que nos sentimos inferiores a los demás. Cuando las medallas no son nuestras exhibimos las de nuestros hijos, las de los padres o las de los amigos o conocidos, o las de nuestra empresa, pueblo, ciudad o equipo de fútbol. Da igual, la cuestión es sentirse por un momento superiores a los demás. Y cuando no hay medallas por méritos nuestros exhibimos los deméritos de los demás para seguir sintiéndonos por encima, mientras, en nuestro interior esperamos que no nos ataquen con aquello en lo que nos sentimos inferiores. En el sentimiento de inferioridad también hay medallas pero que en lugar de ponerlas en nuestro pecho las ponemos en el pecho de otros para sentirnos inferiores respecto a ellos. En cualquier caso las medallas las ponemos nosotros al darnos más importancia a nosotros o a los demás. Todo parte de nosotros.

Lo más problemático es cuando nos creemos que todas esas medallas forman parte de nuestra identidad, entonces, las defenderemos como si al atacarlas desde fuera fuese un ataque personal hacia nosotros. 
La defensa de esas medallas y trofeos es el orgullo, es decir, defender aquello que creemos ser. 
Pero no perdemos nuestra individualidad al no defenderlas, cuando no atacamos o no nos defendemos de un supuesto ataque no pasa nada, incluso nos sentimos bien.

Cuando esas defensas o esos ataques se convierten en creencias, dejan de ser las medallas del uniforme o los trofeos en la vitrina para ser algo más importante ya que nos resulta casi imposible vivir sin ellas, seríamos capaces de perder un brazo antes que una creencia. En el fondo siguen siendo medallas. 
Cuantas cosas en nuestra vida, en el día a día, tienen forma de medalla, cuando en cada una de las cosas, personas o situaciones las ponemos por encima de nosotros por "admiración", o por "sentirnos aceptados", o por "cumplir con lo que es normal", o por "tradición", o por "la moral, la ética o lo políticamente correcto", da igual en que lado nos pongamos en el que está por encima o en el que está por debajo porque hayamos puesto al otro por encima, el bueno implica que haya un malo. 
Mientras pongamos etiquetas a todo lo que haya en el mundo estaremos poniendo medallas a los demás o poniéndonoslas nosotros. 
Se trata de una forma más de vivir la separación. Nos pasamos todo el tiempo valorando, enjuiciando y clasificando lo que percibimos por nuestros sentidos, tanto lo de fuera como a nosotros mismos.

A partir de ahí vamos creando armaduras, corazas y barreras para proteger lo que hay dentro, las medallas y trofeos que nos damos para sentirnos superiores, o para protegernos de lo que hay fuera, las medallas y trofeos que hemos dado a los otros para sentirnos inferiores. Son defensas de lo que creemos que somos y no, de lo que somos.

En definitiva, el orgullo es el miedo a perder aquello que creo que soy.
Las creencias son mentales, son creaciones y, por tanto, se pueden descreer y crear unas nuevas por lo que, no es necesario defenderlas ni atacarlas, no es algo que te puedan robar, no son materiales.

Solo nos sirven para vivir el juego de la separación.

Quitar la importancia a cada una de esas medallas nos hace, al menos, disminuir la separación, sino eliminarla, esto nos lleva al equilibrio, solo si conseguimos mantenernos en él, sin darnos o dar a otros medallas, podemos ayudar a los demás. Sin importancia, sin necesidad de defensa, si no hay nada que perder, el orgullo no tiene sentido, esa es la verdadera paz. Al estar en esa paz nos situamos fuera de la "competición" y así, podemos ayudar a que otros también puedan salir, si quieren, de esa competición.

Amar con el verdadero amor se hace desde ahí.

Quítate el uniforme.

Ama, amen 


    

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