Notas del ser (51) Silencio

18 de agosto de 2021

El silencio

Con la edad he ido perdiendo la agudeza auditiva. Agravado por la época en que vivimos en la que la mascarilla se ha vuelto una prenda más de vestir que hace que no puedas ver los labios o los gestos faciales de la otra persona en su totalidad. No sé si es una cuestión física o hay algo más. Soy más consciente de los ruidos que de una voz a través de la mascarilla. Prefiero pensar que mi mente discrimina sonidos eliminando algunos de mi atención. Llegados a este punto encontrar momentos de silencio se vuelven casi imposibles. Tal vez no sea una cuestión de sonido, sino de parar los pensamientos que mi mente intenta atraer para justificar o dar sentido a lo que me sucede en cada momento.

No sé si es el mejor mensaje para parar ese ruido mental.

Hoy mismo en plena costa da morte gallega me he permitido una pequeña meditación frente al sonido de las olas del océano Atlántico golpeando las rocas. La simple observación, primero auditiva al cerrar los ojos y después visual también, me han llevado a encontrar intervalos de olas que casi paraban, momentos que he asociado al silencio. Mi mente no ha podido encontrar otra respuesta. Casualidad o no, se celebraba una boda en una iglesia cercana. Más tarde pude ligar la unión entre dos para formar uno que es una boda con lo que sucedía en las rocas. Hubo una unión entre las rocas y el agua y yo era un espectador privilegiado. Por unos pequeños instantes todo se fusionaba ante mí y podía observar ese silencio de mi mente. Fui consciente de ese instante. El tiempo se paró, pasado y futuro se unieron en el instante presente y tuve la oportunidad de presenciarlo, nunca mejor dicho. Todo, incluso yo, vivimos el mismo instante.

No importa si el momento pueda interpretarlo como positivo o negativo, lo que importa es vivirlo.

Por la tarde estuve en otro lugar, Fisterra y su faro. Un lugar convertido en sagrado por considerarse el verdadero final del camino de Santiago. Ya he escrito en alguna ocasión que el verdadero camino de Santiago no es llegar a un lugar como Santiago de Compostela, al que precisamente voy a ir mañana, sino que es un camino interior por el que nos damos cuenta del personaje que hemos construido durante una parte de nuestra vida y la disolución del mismo en una segunda parte que normalmente termina en su parte física con la muerte del cuerpo. Unos lo hacen en una vida, otros necesitamos más de una.

Estuve en el faro y más concretamente detrás casi al final en lo que se consideró durante mucho tiempo como el final de la tierra ya que era el punto más al oeste de la tierra conocida hasta entonces. Para los pueblos anteriores a los cristianos Fisterra era el último punto de la tierra en la que se podía ver la caída del sol. Nuestra estrella era considerado como el padre de todo lo creado. Los cristianos aprovecharon la creencia anterior y la recrearon como un punto de peregrinación llevando hasta allí los restos del apóstol Santiago. En lugar de acercarlo al punto final de la tierra conocida, levantaron un templo en un punto anterior nombrando a ese lugar Santiago de Compostela, el campo de la estrella. Un lugar más cómodo para las peregrinaciones posteriores y que hoy se han rebautizado como hacer el camino de Santiago. Sobre todo lo anterior no puedo daros mas datos que certifiquen su veracidad, pero os lo cuento como parte de mi experiencia de vida. No me creáis.

Volviendo al silencio os diré que antes del faro había algo así como ruido. Mucha gente, tiendas, incluso un hotel. Detrás del faro todo se volvía silencio, era como entrar en un templo en el que los visitantes cumplen una norma de respeto, todo el mundo hablaba bajo o simplemente se dedicaban a observar el lugar. Por la altura no se ven las olas, pero había una calma importante. Casi puedo afirmar que mi calma interior, mi silencio me hacía verlo fuera. Somos las personas que hacen un lugar sagrado. No existen lugares sagrados sin las personas. 

El faro que parecía estar en funcionamiento tiene en la parte de detrás algo así como dos grandes altavoces que quise imaginar que, además de la luz del faro había algún tipo de aviso sonoro para los barcos que navegaran cerca de la costa. La vaca de Fisterra la llaman y se utilizaba cuando había mucha niebla, ahora ya no se usa.

Me pasó por la mente o fue una intuición, y yo que sé, es necesario un aviso, un ruido que nos saque del silencio. Igual que los barcos necesitaban ese sonido para que pudieran identificar dónde está la tierra firme, como la mente que necesita de certezas firmes para sobrevivir. Para que exista una tierra es necesario el ruido, un pensamiento al que asirnos para poder seguir existiendo. La mente necesita del pensamiento para ser. El silencio es algo que hace innecesaria la mente. La gente que había tras el faro era una familia compartiendo ese silencio. Me sentí parte del lugar. Me sentí uno con el silencio. Es como un baile en el que todo se mueve al ritmo del instante presente, el silencio.

Puedo vivir ese instante gracias a ese silencio.

No hablo de algo falto de sonido, sino de algo que lo incluye todo. Los colores del arco iris forman la luz blanca, lo que podríamos considerar una falta de color es el color que los incluye a todos. Sé que una experiencia vivida es muy difícil que se entienda por otra persona que no sea la que la vivió. Pero no voy a meterme en buscar sentido a lo vivido, porque sólo lo tuvo en ese instante en que se vivió. Solo me queda darme el permiso para que pueda estar presente en cada instante. El silencio es ese permiso.

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